Breve Antología de las Figuras Malogradas en el Rock and Roll Regiomontano
Por Arnold El Sophío
ANDRÉS VILLEGAS NIETO.- Bajista de los Brujos Estelares
No era cantante ni compositor. Incluso su desenvolvimiento escénico era más bien taciturno, pero tenía unos dedos en la mano izquierda que machacaban como taladro las cuatro cuerdas. Las primeras tocadas de los Brujos, de la Colonia Roble, en San Nicolás, no llamó Andrés la atención, pero a medida que se acrecentó el número presentaciones y gracias a la interacción con otras bandas –lo que les dio un público integrado por músicos también- su nombre comenzó a difundirse entre los bajistas. El instrumento en cita es poco apetecible para los rockstars y eso paradójicamente reduce el abanico de figuras. Para el verano del 98 no solamente los amantes del bajo llenaban sus huateques, sino algunas muchachas, entusiasmadas, llamando a gritos a su Andy.
Su carácter bien correspondía al de un muchacho estudioso y comprometido, sobre todo con la ingeniería química, su carrera universitaria. En abril del 99 anunció a sus compañeros de grupo que había ganado una beca para estudiar un posgrado en Alemania y dejaba la banda. Los Brujos grabaron un par de EP’s entre el 99 y el 2000, pero la negativa de las disqueras y el cansancio de los integrantes disolvieron el proyecto al poco tiempo. En la revista local El Meteoro no dejaron pasar la oportunidad de escribir, como epitafio, “con Andy se fue la base de Brujos Estelares, en todo sentido”.
MIGUEL ALANÍS SOTO.- Vocalista de los Rengos de a Millón
Los Rengos, como todos les llamaban, era una banda integrada sobre todo por gente de la colonia Terminal. Se formaron entre el 97 y el 98, con muchísima influencia de Stone Tempe Pilots y Soundgarden, aunque Miguel era de los primeros sectores de Cumbres, al parecer. Los Rengos eran originalmente lo que se conoce como power trio, pero durante un toquín de barrio, en Industrias del Vidrio, en los palomazos del after party este cantante tomó de súbito el micrófono y comenzó a improvisar, lanzando desde mentadas de madre a gobernantes y empresarios hasta canciones infantiles con inclusiones escatológicas. Arrojó su ropa al público y siguió cantando en truzas. Los vecinos llamaron a la policía y todo terminó con detenidos, gritos y algunos llantos, pero la banda quedó encantada con él y enseguida lo invitaron no sólo a cantar, sino a participar en la composición. Como era agraciado, las muchachas iban en pos de él, pero las desdeñaba enfáticamente y eso acrecentó su fama local. Ya era legendario su debut en paños menores y eso precisamente le pedía el público, pero él respondía cosas como “¡métanse su truza por el ojete, pinches pedorros!”, seguido de ovaciones. Estudiaba la carrera de contaduría pública, mas casi todo el tiempo se la pasaba leyendo filosofía. En una de ésas le dio por ir de defensor de las tiendas de abarrotes de antaño, “las de la esquina”, y decía vomitar el crecimiento de las cadenas de conveniencia, como Oxxo y Seven Eleven: grafiteó varios de estos establecimientos y a fin de cuentas lo detuvieron. Dicen los ex integrantes de los Rengos que sus padres quedaron muy mortificados por el incidente y le pidieron a un tío, que vivía en Chicago, que lo acogiera para enseñarlo a trabajar y volverlo un hombre de bien y esas cosas. Entusiasmado por la idea de vivir en una ciudad como ésa, aceptó la oferta paterna y se despidió de sus compañeros de banda, a quienes reiteró que ya nada tenía que estar haciendo en un grupo de rock y que eso ya lo veía como agua pasada. Los Rengos de a Millón no sobrevivieron sin él. Dicen que echó raíces en el país del norte, que allá se casó. Los ex integrantes aseguran que hasta la fecha hay gente que les recuerda el episodio de la tocada en truzas, el debut de Miguel Alanís. Por ahí circulan aún los viejos EP’s de la única grabación –amateur- entre algunos coleccionistas.
“EL POPO” MADARIAGA.- Baterista de Crazy Ripper Nancy
Rodolfo “El Popo” Madariaga era hermano de “Chacho” o “El Negro” Madariaga, quien era famoso en la Linda Vista, dentro del círculo rockero juvenil de esa colonia, desde principios de los noventa, cuando era el único bajista, al menos de esas edades. Chacho siempre tuvo la oportunidad de estar en una banda y aunque no cantaba, tenía gran oído musical y dotes de líder. Desde niño desarrolló un fuerte sentimiento protector respecto a Popo, su hermano menor, y en algún punto, no se sabe por qué, se le metió en la cabeza que el hermanito podía tocar la batería. Lo convenció, juntos ahorraron y se hicieron del instrumento, usado, pero respetable, y lo metieron a la banda. Chaco convenció a sus padres de financiar, junto con él, un par de meses de clases en el Repertorio Musical del Norte. Popo era alguien desesperado por lo general y no dejaba de decir que las clases le fastidiaban; ya estaba listo para participar en la banda que comenzaba su hermano. El tema era que carecía de oído musical y del más básico sentido del tempo, pero le caía bien a todo mundo y eso en sí le ayudó a aguantar un par de años en el mundo de los toquines, siempre accidentados para él. Incluso estuvieron en el escenario mayor del Café Iguana, allá por el 2001, alternando con los Niños Fritos, Doctor Gel y otros de la camada. El desnudo trágico vino cuando se metieron al estudio de grabación: Popo nunca le halló sentido al metrónomo, jamás se metió ni en el tempo ni en el ritmo de las canciones y al final el productor –frente a él- les recomendó recurrir a varios bateristas de estudio que conocía, “porque si no, les aseguro que la chamba no va a salir”. Popo lloró ese mismo instante, se enojó con su hermano, hizo berrinche y se negó a volver a tocar: se derrumbó por completo y estuvo así varias semanas. Chacho entendió lo obvio, tranquilizando por fin a los demás del grupo, que ya no sabían ni cómo decirle, y se fueron por un baterista de estudio para sacar adelante la grabación: ya luego encontrarían a alguno bueno con la calma necesaria.
El demo gustó en Warner Music y la compañía les pagó una grabación profesional en la Ciudad de México, pero a los directivos no les terminó de convencer el producto final y el disco se enlató.
Chacho sigue inmerso en la música: toca el bajo en Cactus Party, uno de los grupos versátiles más cotizados para las bodas y gana buen dinero. Popo es analista y programador en el área de sistemas de un banco local y es fanático de la lucha libre. No se ha casado y vive aún con sus padres.
No volvió a tocar.
NATALIA BERROETA PÉREZ.- Guitarrista de Loca tu Madre
Loca tu Madre surgió a mediados de 2001, integrada exclusivamente por muchachas de Mitras Centro y casi justo después de formado el grupo comenzaron a llamar la atención por su ropa de cuero ajustada, el sobre maquillaje y, sobre todo, las letras provocadoras y antimachistas, o cargadas de androfobia, como algunos decían. Canciones como “Mastúrbate Pendejo”, “No Necesito un Pene” o “Reina sin Rey” ya eran coreadas por algunas entusiastas en menos de un trimestre. La página que abrieron en Geocities no tardó en llegar a las diez mil visitas, cuando bandas que llevaban dos o tres años batallando en las tocadas se acercaban apenas a las cinco mil. Como llegaron las fans, llegaron los antagonistas, pero los gritos de “pinches lesbianas”, “verga es la que les falta”, etc., las entusiasmaban más y hasta se tomaban la vagina con cada insulto de ese tipo, ante el festejo del público femenino. Vale la pena precisar que nunca las dejaron cerrar los toquines: las demás bandas se ponían de acuerdo para que una banda de huercas gritonas no los humillara en sus dominios, pero como fuere el mayor relajo se escuchaba cuando tocaba Loca tu Madre.
Grabaron a toda prisa un EP en un estudio de mediana categoría, donde colocaron las tres canciones en cita, aunque incluso sus más fieles admiradoras dirían que se escuchaba mejor en vivo. Los comentarios sobre la banda no dejaban de circular: ese trío de chavas rockeras, feministas que parecían gatúbelas, les echaban mierda a los pelados y que hacían desmadre como pocos en el escenario. Los toquines eran concurridos. Nadie dudaba que pronto llegaría una compañía disquera a firmarlas para promoverlas a nivel nacional, con un álbum bien grabado y producido.
Quizá el problema inicial era que musicalmente el trío no daba para mucho más que un griterío de veinte minutos, con Karla Benítez en la voz y guitarra rítmica, Michelle Gutiérrez en el bajo y coros, y Micaela Lozano en la batería. Tocaban lo que se conocía happy punk, en lo musical, pero rabioso en lo lírico. Tenían marcada influencia de Green Day, aunque decían admirar a The Clash y Sex Pistols, además de varias bandas femeninas de Estados Unidos, del underground. Lo que se contó es que fue una prima de Micaela quien les presentó a Natalia Berroeta, una amiga un par de años menor que las demás, muy tímida y parca para expresarse. La llevó a un ensayo, lo cual sin duda debió ser intimidante para Natalia, ya que para entonces, unos ocho meses de andar la banda metida en los toquines regiomontanos, nunca faltaban sus seis u ocho seguidoras en los ensayos, que luego presumían de ser muy amigas suyas; malencaradas, fumadoras y majaderas, como ellas, siempre felices de proveer de cigarros y caguamas a sus heroínas. Cuando Natalia llegó se rieron de ella, pero al terminar el ensayo y con el correr de las caguamas, la prima les comentó que Natalia era muy buena para la guitarra y desde niña había tomado clases. La negativa de Natalia a ratificar con hechos los halagos recibidos pareció sacar a algunas de la modorra caguamera y Karla, sin levantarse, le alcanzó su guitarra: “a ver si tan chingona”, le dijo. La mezcla de una digitación prácticamente perfecta, de hechura clásica, y un buen manejo de los pedales overdrive y super distorsion, mostrando que el espectro rockero no le era nada indiferente, hizo que todas pelaran los ojos. Al día siguiente Natalia recibió una llamada de Karla invitándola a “echar guitarrazos en el ensayo”; para la tercera sesión todas las canciones habían sido reestructuradas para dar cabida a los requintos de Natalia. Su estreno fue en el Café Iguana, en el escenario frontal, donde tocaban las bandas emergentes, pero de cualquier manera siempre fue un escenario notable y ahí tocó Natalia con Loca tu Madre. No cerraron, para variar; debió hacerlo Doctor Gel, si uno se guía por aquel flyer.
Los requintos de Natalia estaban más allá de su propia banda y de las demás. No se escucharon los gritos anti feministas, ya comunes en las tocadas del grupo. Un muchacho que reporteaba para El Norte, que a veces cubría los eventos del Iguana, le tomó una fotografía anotó su nombre; recibió esa noche varias cervezas, cortesía de los rockeros del sitio, que rechazó por no beber alcohol. Las de la banda no dejaban de decir que todo se iría para arriba a partir de entonces.
Natalia Berroeta Pérez falleció a las pocas semanas, en la primavera de 2002, debido a un accidente automovilístico ocurrido en la Carretera Nacional. Era un domingo por la tarde: su padre conducía una Windstar, donde iba su familia regresando a la ciudad después de una tardeada en la quinta campestre de un tío. Se comentó que no se incorporó a la carretera con precaución y fueron embestidos por una camioneta Lobo, que ni siquiera frenó. Natalia y su padre murieron; su madre y sus dos hermanas menores resultaron lesionadas, pero sobrevivieron.
Se llevó a cabo un toquín en su honor, en ese bar donde antes eran los Gilipollas, en Mitras Centro. Pusieron una lona con el nombre de la banda y abajo la leyenda “Por Natalia”; las integrantes de Loca tu Madre no pararon de llorar en todo el toquín, pero luego se repusieron y continuaron tocando. Las firmó Sony Music, pero, como ocurrió con otras bandas, les enlataron el álbum en cuestión. Karla se casó, después de un noviazgo de un par de años, con un productor que conoció durante la estadía del grupo en la Ciudad de México y se fue a vivir con él a Los Ángeles. Michelle y Micaela se superaron en lo musical, gracias a años de clases. Se juntaron con la violinista folk Liliana Torres y su hermano Federico, saxofonista, para formar el ensamble ecléctico “El Universo de los Nahuales”, que hasta la fecha continúa.
ANDRÉS VILLEGAS NIETO.- Bajista de los Brujos Estelares
No era cantante ni compositor. Incluso su desenvolvimiento escénico era más bien taciturno, pero tenía unos dedos en la mano izquierda que machacaban como taladro las cuatro cuerdas. Las primeras tocadas de los Brujos, de la Colonia Roble, en San Nicolás, no llamó Andrés la atención, pero a medida que se acrecentó el número presentaciones y gracias a la interacción con otras bandas –lo que les dio un público integrado por músicos también- su nombre comenzó a difundirse entre los bajistas. El instrumento en cita es poco apetecible para los rockstars y eso paradójicamente reduce el abanico de figuras. Para el verano del 98 no solamente los amantes del bajo llenaban sus huateques, sino algunas muchachas, entusiasmadas, llamando a gritos a su Andy.
Su carácter bien correspondía al de un muchacho estudioso y comprometido, sobre todo con la ingeniería química, su carrera universitaria. En abril del 99 anunció a sus compañeros de grupo que había ganado una beca para estudiar un posgrado en Alemania y dejaba la banda. Los Brujos grabaron un par de EP’s entre el 99 y el 2000, pero la negativa de las disqueras y el cansancio de los integrantes disolvieron el proyecto al poco tiempo. En la revista local El Meteoro no dejaron pasar la oportunidad de escribir, como epitafio, “con Andy se fue la base de Brujos Estelares, en todo sentido”.
MIGUEL ALANÍS SOTO.- Vocalista de los Rengos de a Millón
Los Rengos, como todos les llamaban, era una banda integrada sobre todo por gente de la colonia Terminal. Se formaron entre el 97 y el 98, con muchísima influencia de Stone Tempe Pilots y Soundgarden, aunque Miguel era de los primeros sectores de Cumbres, al parecer. Los Rengos eran originalmente lo que se conoce como power trio, pero durante un toquín de barrio, en Industrias del Vidrio, en los palomazos del after party este cantante tomó de súbito el micrófono y comenzó a improvisar, lanzando desde mentadas de madre a gobernantes y empresarios hasta canciones infantiles con inclusiones escatológicas. Arrojó su ropa al público y siguió cantando en truzas. Los vecinos llamaron a la policía y todo terminó con detenidos, gritos y algunos llantos, pero la banda quedó encantada con él y enseguida lo invitaron no sólo a cantar, sino a participar en la composición. Como era agraciado, las muchachas iban en pos de él, pero las desdeñaba enfáticamente y eso acrecentó su fama local. Ya era legendario su debut en paños menores y eso precisamente le pedía el público, pero él respondía cosas como “¡métanse su truza por el ojete, pinches pedorros!”, seguido de ovaciones. Estudiaba la carrera de contaduría pública, mas casi todo el tiempo se la pasaba leyendo filosofía. En una de ésas le dio por ir de defensor de las tiendas de abarrotes de antaño, “las de la esquina”, y decía vomitar el crecimiento de las cadenas de conveniencia, como Oxxo y Seven Eleven: grafiteó varios de estos establecimientos y a fin de cuentas lo detuvieron. Dicen los ex integrantes de los Rengos que sus padres quedaron muy mortificados por el incidente y le pidieron a un tío, que vivía en Chicago, que lo acogiera para enseñarlo a trabajar y volverlo un hombre de bien y esas cosas. Entusiasmado por la idea de vivir en una ciudad como ésa, aceptó la oferta paterna y se despidió de sus compañeros de banda, a quienes reiteró que ya nada tenía que estar haciendo en un grupo de rock y que eso ya lo veía como agua pasada. Los Rengos de a Millón no sobrevivieron sin él. Dicen que echó raíces en el país del norte, que allá se casó. Los ex integrantes aseguran que hasta la fecha hay gente que les recuerda el episodio de la tocada en truzas, el debut de Miguel Alanís. Por ahí circulan aún los viejos EP’s de la única grabación –amateur- entre algunos coleccionistas.
“EL POPO” MADARIAGA.- Baterista de Crazy Ripper Nancy
Rodolfo “El Popo” Madariaga era hermano de “Chacho” o “El Negro” Madariaga, quien era famoso en la Linda Vista, dentro del círculo rockero juvenil de esa colonia, desde principios de los noventa, cuando era el único bajista, al menos de esas edades. Chacho siempre tuvo la oportunidad de estar en una banda y aunque no cantaba, tenía gran oído musical y dotes de líder. Desde niño desarrolló un fuerte sentimiento protector respecto a Popo, su hermano menor, y en algún punto, no se sabe por qué, se le metió en la cabeza que el hermanito podía tocar la batería. Lo convenció, juntos ahorraron y se hicieron del instrumento, usado, pero respetable, y lo metieron a la banda. Chaco convenció a sus padres de financiar, junto con él, un par de meses de clases en el Repertorio Musical del Norte. Popo era alguien desesperado por lo general y no dejaba de decir que las clases le fastidiaban; ya estaba listo para participar en la banda que comenzaba su hermano. El tema era que carecía de oído musical y del más básico sentido del tempo, pero le caía bien a todo mundo y eso en sí le ayudó a aguantar un par de años en el mundo de los toquines, siempre accidentados para él. Incluso estuvieron en el escenario mayor del Café Iguana, allá por el 2001, alternando con los Niños Fritos, Doctor Gel y otros de la camada. El desnudo trágico vino cuando se metieron al estudio de grabación: Popo nunca le halló sentido al metrónomo, jamás se metió ni en el tempo ni en el ritmo de las canciones y al final el productor –frente a él- les recomendó recurrir a varios bateristas de estudio que conocía, “porque si no, les aseguro que la chamba no va a salir”. Popo lloró ese mismo instante, se enojó con su hermano, hizo berrinche y se negó a volver a tocar: se derrumbó por completo y estuvo así varias semanas. Chacho entendió lo obvio, tranquilizando por fin a los demás del grupo, que ya no sabían ni cómo decirle, y se fueron por un baterista de estudio para sacar adelante la grabación: ya luego encontrarían a alguno bueno con la calma necesaria.
El demo gustó en Warner Music y la compañía les pagó una grabación profesional en la Ciudad de México, pero a los directivos no les terminó de convencer el producto final y el disco se enlató.
Chacho sigue inmerso en la música: toca el bajo en Cactus Party, uno de los grupos versátiles más cotizados para las bodas y gana buen dinero. Popo es analista y programador en el área de sistemas de un banco local y es fanático de la lucha libre. No se ha casado y vive aún con sus padres.
No volvió a tocar.
NATALIA BERROETA PÉREZ.- Guitarrista de Loca tu Madre
Loca tu Madre surgió a mediados de 2001, integrada exclusivamente por muchachas de Mitras Centro y casi justo después de formado el grupo comenzaron a llamar la atención por su ropa de cuero ajustada, el sobre maquillaje y, sobre todo, las letras provocadoras y antimachistas, o cargadas de androfobia, como algunos decían. Canciones como “Mastúrbate Pendejo”, “No Necesito un Pene” o “Reina sin Rey” ya eran coreadas por algunas entusiastas en menos de un trimestre. La página que abrieron en Geocities no tardó en llegar a las diez mil visitas, cuando bandas que llevaban dos o tres años batallando en las tocadas se acercaban apenas a las cinco mil. Como llegaron las fans, llegaron los antagonistas, pero los gritos de “pinches lesbianas”, “verga es la que les falta”, etc., las entusiasmaban más y hasta se tomaban la vagina con cada insulto de ese tipo, ante el festejo del público femenino. Vale la pena precisar que nunca las dejaron cerrar los toquines: las demás bandas se ponían de acuerdo para que una banda de huercas gritonas no los humillara en sus dominios, pero como fuere el mayor relajo se escuchaba cuando tocaba Loca tu Madre.
Grabaron a toda prisa un EP en un estudio de mediana categoría, donde colocaron las tres canciones en cita, aunque incluso sus más fieles admiradoras dirían que se escuchaba mejor en vivo. Los comentarios sobre la banda no dejaban de circular: ese trío de chavas rockeras, feministas que parecían gatúbelas, les echaban mierda a los pelados y que hacían desmadre como pocos en el escenario. Los toquines eran concurridos. Nadie dudaba que pronto llegaría una compañía disquera a firmarlas para promoverlas a nivel nacional, con un álbum bien grabado y producido.
Quizá el problema inicial era que musicalmente el trío no daba para mucho más que un griterío de veinte minutos, con Karla Benítez en la voz y guitarra rítmica, Michelle Gutiérrez en el bajo y coros, y Micaela Lozano en la batería. Tocaban lo que se conocía happy punk, en lo musical, pero rabioso en lo lírico. Tenían marcada influencia de Green Day, aunque decían admirar a The Clash y Sex Pistols, además de varias bandas femeninas de Estados Unidos, del underground. Lo que se contó es que fue una prima de Micaela quien les presentó a Natalia Berroeta, una amiga un par de años menor que las demás, muy tímida y parca para expresarse. La llevó a un ensayo, lo cual sin duda debió ser intimidante para Natalia, ya que para entonces, unos ocho meses de andar la banda metida en los toquines regiomontanos, nunca faltaban sus seis u ocho seguidoras en los ensayos, que luego presumían de ser muy amigas suyas; malencaradas, fumadoras y majaderas, como ellas, siempre felices de proveer de cigarros y caguamas a sus heroínas. Cuando Natalia llegó se rieron de ella, pero al terminar el ensayo y con el correr de las caguamas, la prima les comentó que Natalia era muy buena para la guitarra y desde niña había tomado clases. La negativa de Natalia a ratificar con hechos los halagos recibidos pareció sacar a algunas de la modorra caguamera y Karla, sin levantarse, le alcanzó su guitarra: “a ver si tan chingona”, le dijo. La mezcla de una digitación prácticamente perfecta, de hechura clásica, y un buen manejo de los pedales overdrive y super distorsion, mostrando que el espectro rockero no le era nada indiferente, hizo que todas pelaran los ojos. Al día siguiente Natalia recibió una llamada de Karla invitándola a “echar guitarrazos en el ensayo”; para la tercera sesión todas las canciones habían sido reestructuradas para dar cabida a los requintos de Natalia. Su estreno fue en el Café Iguana, en el escenario frontal, donde tocaban las bandas emergentes, pero de cualquier manera siempre fue un escenario notable y ahí tocó Natalia con Loca tu Madre. No cerraron, para variar; debió hacerlo Doctor Gel, si uno se guía por aquel flyer.
Los requintos de Natalia estaban más allá de su propia banda y de las demás. No se escucharon los gritos anti feministas, ya comunes en las tocadas del grupo. Un muchacho que reporteaba para El Norte, que a veces cubría los eventos del Iguana, le tomó una fotografía anotó su nombre; recibió esa noche varias cervezas, cortesía de los rockeros del sitio, que rechazó por no beber alcohol. Las de la banda no dejaban de decir que todo se iría para arriba a partir de entonces.
Natalia Berroeta Pérez falleció a las pocas semanas, en la primavera de 2002, debido a un accidente automovilístico ocurrido en la Carretera Nacional. Era un domingo por la tarde: su padre conducía una Windstar, donde iba su familia regresando a la ciudad después de una tardeada en la quinta campestre de un tío. Se comentó que no se incorporó a la carretera con precaución y fueron embestidos por una camioneta Lobo, que ni siquiera frenó. Natalia y su padre murieron; su madre y sus dos hermanas menores resultaron lesionadas, pero sobrevivieron.
Se llevó a cabo un toquín en su honor, en ese bar donde antes eran los Gilipollas, en Mitras Centro. Pusieron una lona con el nombre de la banda y abajo la leyenda “Por Natalia”; las integrantes de Loca tu Madre no pararon de llorar en todo el toquín, pero luego se repusieron y continuaron tocando. Las firmó Sony Music, pero, como ocurrió con otras bandas, les enlataron el álbum en cuestión. Karla se casó, después de un noviazgo de un par de años, con un productor que conoció durante la estadía del grupo en la Ciudad de México y se fue a vivir con él a Los Ángeles. Michelle y Micaela se superaron en lo musical, gracias a años de clases. Se juntaron con la violinista folk Liliana Torres y su hermano Federico, saxofonista, para formar el ensamble ecléctico “El Universo de los Nahuales”, que hasta la fecha continúa.
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